Damasco, 1 may (SANA) El pasado 20 de abril, el Congreso estadounidense aprobó 95.000 millones en ayudas militares repartidas entre Ucrania (61.000 millones), Israel (26.000 millones) y Taiwán (8.000 millones).
A su vez, también acordaron otro paquete que descongela los fondos retenidos de Rusia en EE.UU. paraentregárselos a Ucrania, agudiza las sanciones contra Irán y exige a la empresa china ByteDance, responsable de la aplicación TikTok en la nación norteamericana, que venda esta aplicación a una empresa estadounidense en el plazo de nueve meses.
En su libro ‘Cómo Occidente llevó la guerra a Ucrania’, el analista estadounidense Benjamin Abelow sostiene: “Ucrania no es, ni mucho menos, un interés vital para la seguridad de los Estados Unidos. De hecho, Ucrania apenas importa (…) En cambio, para Rusia —con sus 1.200 millas de frontera compartida y su historia de tres grandes invasiones por tierra desde Occidente (…) Ucrania es el más vital de los intereses nacionales”.
En efecto, la injerencia occidental en Ucrania ha buscado en todo momento provocar e interpelar a la Federación de Rusia, amenazar de forma directa a su seguridad y después impedir toda negociación política con el fin de desgastar a esta emergente potencia a la que consideran enemiga.
En el caso de Taiwán, pese al indudable valor geoestratégico de su estrecho, vemos cómo, de nuevo, se repite el guión y la injerencia directa en un conflicto interno de la República Popular China se articula como una interpelación directa contra Pekín.
No es de extrañar que, en un momento especialmente crítico para la supervivencia del proyecto sionista, EE.UU. redoble sus esfuerzos por mantener vivo este régimen.
EE.UU. e Israel
Pero en ambas regiones además intervienen otros actores, los aliados europeos de EE.UU. con una guerra abierta a sus puertas desde hace diez años.
Y, por otra parte, las alianzas en el Indo-Pacífico que buscan ser reforzadas en medio de un aumento de tensión en esta zona del mundo.
Por su parte, Israel ha sido una pieza clave en el desequilibrio de poder, a beneficio de los intereses occidentales, en la región de Asia occidental.
En ese sentido, no es de extrañar que, en un momento especialmente crítico para la supervivencia del proyecto sionista, EE.UU. redoble sus esfuerzos por mantener vivo este régimen, actualmente investigado por cometer un genocidio contra el pueblo palestino.
Dentro del juego de provocaciones, también existe un efecto dominó en azuzar el conflicto regional interpelando en este caso a Irán, que se ha convertido en una de las principales referencias de la causa multipolar en esta región.
Recordemos que, si bien 9.460 kilómetros (km) es la distancia que hay entre Washington y la Franja de Gaza, solo 1.586 km separan Tel Aviv de Teherán.
Este 24 de abril, el Senado estadounidense ratificaba estos paquetes. Tras la votación, Chuck Schumer, líder demócrata en el Senado de EE.UU., declaró: “Estados Unidos envía un mensaje al mundo entero, hará todo lo posible para salvaguardar la democracia”.
Pero, ¿cómo este paquete de medidas que aumenta la tensión en distintas regiones podría salvaguardar la democracia?
En 1947, el presidente estadounidense Harry S. Truman presentó la Ley de Seguridad Nacional (vigente con algunas modificaciones hasta nuestros días), que supuso una reorganización de las Fuerzas Armadas, la política exterior y el aparato de inteligencia de los EE.UU. Además, esta ley estableció el Consejo de Seguridad Nacional y la creación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
¿Cómo este paquete de medidas que aumenta la tensión en distintas regiones podría salvaguardar la democracia?
La definición exacta del concepto “seguridad nacional” para EE.UU. puede estar sujeta a amplias y contradictorias interpretaciones —como hemos visto en varias oportunidades—. Sin embargo, no ocurre igual con sus objetivos y aplicaciones en lo concreto.
Así podemos determinar a grandes rasgos que la “seguridad nacional” estadounidense ha estado atravesada por tres contextos geopolíticos distintos que, no obstante, han compartido un mismo fin y objetivo: auspiciar y después garantizar la hegemonía en solitario del país norteamericano.
El concepto seguridad implica protección ante una amenaza física, pero también ante una percepción de amenaza, es decir, activa también una dimensión de carácter psicológico.
Y es esta segunda consideración la que ha explotado la propaganda estadounidense durante todos estos años, independientemente del contexto geopolítico cambiante.
La teoría de la contención de George F. Kennan contra el avance del comunismo y de la URSS, será el elemento ideológico y de propaganda que sirva de justificación para el desarrollo de una política expansiva y de búsqueda de consolidación hegemónica de EE.UU., durante todo el período de la Guerra Fría.
No obstante, la percepción de amenaza soviética se fue debilitando con los años. El propio Kennan llegó a asegurar en distintas ocasiones que nunca había planteado una amenaza de invasión militar por parte de los soviéticos sino de expansión ideológica del comunismo en distintos escenarios.
En sentido opuesto, lo que si aumentaba era la percepción de que EE.UU. era quien realmente representaba una amenaza militar real a nivel internacional.
Un relato de propaganda con caducidad
Los distintos golpes de Estado patrocinados por EE.UU. y su injerencia en América Latina y, sobre todo, la más que cuestionada internamente guerra en Vietnam, fuerzan a plantear determinados cambios en los mecanismos de intervención estadounidense y en su esfera propagandística.
EE.UU. se erige así como el líder de la gran alianza del “mundo libre”, iniciándose la fase de “intervenciones humanitarias” y de “democratizar” al resto del mundo a bombazos.
Tras la desintegración de la URSS, el ‘Capitán América’ ya no puede seguir jugando en solitario, y es en este contexto donde se estrena la OTAN como una alianza ofensiva contra Yugoslavia.
EE.UU. se erige así como el líder de la gran alianza del “mundo libre”, iniciándose la fase de “intervenciones humanitarias” y de “democratizar” al resto del mundo a bombazos. Un relato de propaganda que, como los anteriores, tenía fecha de caducidad.
En 2003, la invasión ilegal de Irak por parte de EE.UU. fue rechazada por potencias aliadas fundamentales de esa nación, como Francia y Alemania.
El ascenso de potencias emergentes, el nacimiento del BRICS y de otras alianzas económicas alternativas y sin presencia estadounidense, inauguran una nueva fase. Por un lado, EE.UU. necesita reforzar sus alianzas previas; por otra parte, vemos como el mundo unipolar que se había construido tras la Guerra fría se va desvaneciendo poco a poco y se empiezan a desarrollar múltiples polos de poder.
Este escenario es presentado con preocupación tanto en los documentos de la Estrategia de Seguridad de la administración de Donald Trump, como en la nueva estrategia presentada por Joe Biden en octubre de 2022.
Rusia y China se articulan en este nuevo relato como una amenaza autoritaria que “casualmente” coincide con los rivales geopolíticos de EE.UU., que debe ser confrontada de nuevo por el ‘Capitán América’, que no olvidemos, tiene en su historial haber “democratizado” varios países del mundo a bombazo limpio.
Traduciendo al senador demócrata que festejaba hoy la ratificación de los paquetes de apoyo a Israel, Ucrania y Taiwán, podríamos determinar que EE.UU., en efecto, envió un mensaje al mundo entero: hará todo lo posible, incluso escalar conflictos y favorecer nuevas guerras, para salvaguardar su hegemonía unipolar.
Por Carmen Parejo Rendón
Fuente: RT