Este desacople entre el día a día de una masa de argentinos y los grupos líderes del peronismo y su reflejo en las estructuras burocráticas del Estado generó un nivel no despreciable de incredulidad y deslegitimación.
La victoria electoral de un candidato ultraderechista en Argentina ha generado un terremoto político en la región.
La aparente ruptura del esquema “bicoalicionista” no se esperaba, por más que la tendencia regional siga apuntando a un progresivo auge del extremismo de derecha con claros tintes fascistoides.
Una entre tantas conclusiones que arroja el resultado electoral es que Javier Milei no ganó. Fue el proyecto nacional peronista argentino el que perdió los comicios.
No se puede negar que en las sociedades latinoamericanas subsiste un núcleo social fascista que, con diversos matices, sobrevive dentro del estado liberal burgués. En el caso argentino, ese núcleo nostálgico de las dictaduras se expresó entre los ocho millones de votos alcanzados por Milei en la primera vuelta, justo con su más desorbitado discurso. Por ende, no es el fascismo el que ganó, por ahora.
El fenómeno Milei, cuya factura mediática es evidente, surge además por la convergencia de diversos factores.
El crecimiento paulatino de la pobreza es un hecho que se agrava con la actual crisis económica, marcada por los efectos combinados de la pandemia, la guerra en Europa y la sequía que cerró el grifo de dólares y disparó la inflación. Se estima que el flagelo alcanza al 40 por ciento de la población.
A esto se suma la informalidad laboral, que ronda el 45 por ciento y, lejos de ser una excepción, constituye hoy una realidad que genera lógicas tendientes a la fragmentación social, el individualismo y el cuestionamiento al Estado.
Es decir, las generaciones nacidas en la etapa postdictadura han visto cómo se deteriora su nivel de vida progresivamente, mientras que los grupos políticos, salvo el momento Kirchner, no implementan medidas definitivas que reviertan la situación y dibujen un horizonte viable y atractivo para el conjunto de la sociedad.
Este desacople entre el día a día de una masa de argentinos y los grupos líderes del peronismo y su reflejo en las estructuras burocráticas del Estado generó un nivel no despreciable de incredulidad y deslegitimación.
Se creó un vacío, un estado de incertidumbre, que el peronismo ni la izquierda aliada supieron llenar y fue precisamente ese el caldo de cultivo que aprovechó Milei para irrumpir con éxito, lección demostrada tercamente por la historia.
Con una campaña multimediática, Milei explotó al máximo la necesidad de un cambio que existe en la población y la indignación creciente frente a la incapacidad de las dos históricas coaliciones de superar la crisis. Frente al hastío de lo mismo, Milei resultó una posible solución.
Por otro lado, el peronismo, tras un gobierno sin resultados concretos ni capacidad ni deseos movilizativos, desarrolló una campaña pretendidamente amplia y cohesionadora, pero que resultó, cuando menos, anacrónica y desenfocada para los jóvenes, y los nuevos sectores precarizados.
La ecuación que da como resultado a Milei tiene una constante que atraviesa toda la región: la crisis de valores marcada por el impacto cultural del neoliberalismo; el desarrollo de las tecnologías de las infocomunicaciones sin superar las brechas educativas; y la ausencia de políticas efectivas capaces de librar la batalla cultural o de ideas.
La enajenación, el colonialismo cultural, la exacerbación del individualismo frente a lo colectivo, el consumismo, el negacionismo y el fundamentalismo religioso son algunas pocas manifestaciones de este complejo asunto.
Los proyectos políticos alternativos al capitalismo o el neoliberalismo poco o nada han podido hacer frente a este tsunami pseudocultural e ideológico, correlato de un esquema de dominación más amplio y ambicioso que nació en Washington.
Luces
En medio de la desventaja ideológica y fáctica, Milei no tiene todo asegurado. Sus propuestas extremas chocarán con varios muros.
En primer lugar, carece de una fuerza orgánica que le permita calzar sus planes. Sus procederes aparentemente anárquicos chocarán con las normas y estructuras sobre las que descansa el Estado y para modificarlas necesita tiempo y músculo.
En segundo lugar, a pesar del impacto emocional, nadie subestima la capacidad movilizativa de sectores sociales y sindicales que, víctimas también de la crisis y las frustraciones, comienzan a reorganizarse y están decididos a defender el imperfecto Estado benefactor que Milei pretende reducir.
En el Legislativo tampoco cuenta con la fuerza necesaria para viabilizar sin negociar y ceder.
Por último, su alianza con la derecha tradicional y realmente empoderada será otro freno en sus alocadas propuestas altisonantes, como aquellas relacionadas con China y Brasil, principales socios comerciales del empresariado argentino.
El mensaje de felicitación de Xi Jinping, más que un detalle protocolar, fue un campanazo que el presidente electo tuvo que responder amablemente.
No obstante, las políticas económicas anunciadas por el próximo mandatario resultan atractivas para el capitalismo global en crisis, por lo que la defensa de la soberanía argentina sobre sus recursos naturales será una tarea impostergable.
En política exterior, además de la subordinación a Washington, probablemente sean Cuba y Venezuela los temas recurrentes sobre los cuales Milei haga flotar sus banderas reaccionarias.
Sin dudas, su arribo a la Casa Rosada constituye un balón de oxígeno para la derecha regional y un manjar para las trasnacionales. En los próximos cuatro años Argentina podría servir como bastión articulador de este sector, y punta de lanza, como lo fue la Colombia de Iván Duque, de los planes estadounidenses para el hemisferio.
Argentina ha entrado a un período crucial de su historia. La confrontación entre una derecha aliada con el fascismo y todo lo que se opone a ello es inevitable. Toda la región estará atenta y confía en la capacidad de lucha de lo más noble y justo de ese pueblo.
Fuente: Al Mayadeen