Ucrania: El salario del miedo

Damasco, 27 jun (SANA) El embajador colombiano ante el Reino Unido, Roy Barreras, en su cuenta de X reveló el 5 de junio pasado que, hasta ese momento, al menos 51 colombianos han muerto en los campos de batalla de Ucrania, a donde se fueron en calidad de mercenarios.

Deploró que compatriotas suyos hayan optado por ese camino nefasto y comentó que “No vayan a matar y a matarse en una guerra ajena solo por dinero. ¡Pésima idea! Es una trampa mortal. ¡Literalmente carne de cañón!”.

El diplomático puntualizó este último criterio y dijo: “Quienes se van con la esperanza de ganar un dinero para sus familias están cayendo muertos como moscas. Lo que les pagan no les alcanza ni siquiera para la repatriación de sus cadáveres. Así que los están usando como carne de cañón”.

En una declaración de prensa posterior, Roy Barreras precisó: “Van 51 muertos, y se calcula que son 200 colombianos más en combate, y siguen llegando. Los contratan empresas transnacionales que tienen ese negocio del mercenarismo. El llamado es a que no caigan en esa trampa y no entreguen su vida en esa profesión tan amarga”.

Reclutadores

“Los gobiernos en guerra han decidido usar estas compañías transnacionales de mercenarios. Suele pasar que reclutan a colombianos y a otras nacionalidades”, puntualizó el diplomático, lamentando una vez más una actividad que se perfila también como nueva modalidad del delito de trata de personas.

Ciertamente, como precisa el diplomático colombiano en Londres, en las últimas décadas han surgido decenas de empresas de seguridad que reclutan personal de mercenarios para el trabajo sucio de gobiernos de Occidente, principalmente de Estados Unidos, que desarrollan guerras de agresión contra otros pueblos o realizan tareas de desestabilización de gobiernos que les resultan incómodos por sus activadas de independencia y defensa de su soberanía nacional.

Entre las empresas más activas están Blackwater (hoy denominada Academi), Defion International, Triple Canopy, Garda World y G4S Secure Solutions.

Pero a estos -opina un analista- les ha surgido una dura competencia por parte de militares en retiro colombianos, que hablan inglés y fueron entrenados en el manejo de armas sofisticadas, inteligencia y operaciones internacionales. Algunos de ellos hicieron parte de operaciones contraguerrilla, muchas de ellas financiadas por Estados Unidos; y varios de ellos entrenados por expertos israelíes y norteamericanos.
Una ilusión

Con ese acervo de conocimientos, muchos de ellos se ofrecen, a través de redes sociales, como mercenarios para combatir en cualquier lugar del planeta, con tal de que ‘les paguen bien’.

Y ese buen salario es un estipendio de unos tres mil dólares mensuales en promedio, que podría parecer mucho pero que, en verdad, no les alcanza ni para cubrir el costo del ataúd cuando les meten un tiro en la cabeza, como lo señaló el embajador Roy Barreras.

Importante es tener en cuenta que, a propósito de la participación de mercenarios en Ucrania, en febrero pasado el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia se desvinculó de la participación de connacionales en la zona del conflicto ucraniano, asegurando que “su presencia allí obedece a decisiones de tipo personal y que no existen acuerdos bilaterales en virtud de los cuales se hace posible esa vinculación”.

 Con todo y lo bochornoso que este episodio pueda parecer ante la opinión pública, no es el único en tiempos recientes. En Puerto Príncipe, capital de Haití, fueron detenidos dieciocho mercenarios colombianos que participaron en el magnicidio del presidente de esa nación, Jovenel Moïse, en hechos sucedidos el 7 de julio de 2021. De los dieciocho, siete de ellos fueron entrenados en cursos especiales en academias de los Estados Unidos.

Reserva de asesinos a sueldo

No había transcurrido un año del asesinato del presidente haitiano, cuando en la isla de Barú, un acreditado balneario sobre las costas del Caribe, sicarios colombianos asesinaron al fiscal paraguayo Marcelo Pecci, quien lideraba la lucha contra el crimen organizado en su país.

Después, otro dirigente político, el periodista y candidato presidencial en Ecuador, Fernando Villavicencio, cayó acribillado el 9 de agosto de 2023, a manos de sicarios colombianos.

Para el reconocido investigador y periodista Hernando Calvo Ospina, “la figura del mercenario surgió en Colombia en los años 1980 en torno al narcotraficante Pablo Escobar. A lo largo de los años, estos combatientes se perfeccionaron en el arte de la violencia tras servir en uno de los ejércitos más represivos del mundo. Como resultado, Colombia se fue convirtiendo en la mayor reserva de mercenarios y asesinos a sueldo del planeta” (Colombia, una fábrica de mercenarios. Le Monde Diplomatique, edición chilena, marzo de 2024).

Muertes sin costo político

El período de iniciación del sicariato en Colombia, propuesto por Calvo Ospina, podría no ser exacto, si se tienen en cuenta otros hechos sicariales notables en el país. El horrendo magnicidio del caudillo liberal y candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, o la participación de tropas del Batallón Colombia en la guerra de Corea, entre 1951 y 1954, otra forma de sicariato, esta vez institucional, en un acto de agresión de la primera potencia del mundo contra un pueblo que luchaba por su emancipación.

“Las operaciones militares de Estados Unidos en Medio Oriente -agrega Calvo Ospina-, tras el 11 de septiembre de 2001, provocaron un crecimiento acelerado de las empresas de seguridad privadas. Vinculadas al Pentágono y al Departamento de Estado, se han encargado de reclutar mercenarios. Estos se utilizan para para llevar a cabo las acciones más peligrosas o el ‘trabajo sucio’ contra la población.

“Son un recurso ideal, ya que sus muertes no tienen ningún costo político ni repercuten en la moral de la nación. Las empresas privadas tampoco rinden cuentas al no existir un derecho internacional claro que rija sus acciones. Por tanto, durante mucho tiempo la actividad mercenaria se caracterizó por la diversidad de teatros de operaciones (Siria, Irán, Libia, Irak, etc.) y la uniformidad de los contratantes (Estados Unidos)”, señala el investigador colombiano.

Fuente: Semanario VOZ

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