Damasco, 13 may (SANA) La élite gobernante en Washington está preocupada por el movimiento estudiantil en las universidades estadounidenses, el cual amenaza la inversión histórica y masiva mantenida durante décadas.
Después de un largo y severo invierno europeo, en julio de 1947, el general George Marshall, jefe del Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y quien luego fue el secretario de Estado, del presidente Harry S. Truman, anunció el proyecto de su propio nombre y cuyo objetivo era abordar la gran crisis dejada por la guerra en una Europa exhausta, empobrecida y llena de ansiedad social, pobreza y privación.
Marshall eligió la Universidad de Harvard para pronunciar su discurso de diez minutos y marcó un momento crucial y un punto de inflexión en el destino de Europa después de la guerra.
Entonces advirtió que “el mundo entero y el estilo de vida estaban en la balanza en el sentido más completo de la palabra” y llamó al nuevo mundo “a trabajar para evitar el colapso de los fundamentos históricos de la civilización occidental”.
La tarea histórica fue elegida por Marshall para lanzarla desde la Universidad de Harvard y no desde ningún púlpito gubernamental oficial, y a consideración de la escritora Frances Stonor Saunders en su libro “La guerra fría cultural”, no fue una coincidencia.
Los estudiantes universitarios fueron los hombres encargados de lograr el “destino evidente de Estados Unidos”, siendo la élite enfrentada a desafíos y en busca de organizar el mundo en torno a los valores a los cuales los estadounidenses temían fueran borrados en silencio por el comunismo.
Este incidente simbólico refleja la gran importancia otorgada por los estadounidenses a las universidades, y confirma a las instituciones académicas como parte del arsenal utilizado por el gobierno de Estados Unidos para promover su proyecto de dominación mundial.
Las universidades, al igual que las agencias de inteligencia, el ejército, los medios de comunicación, el cine y otras instituciones organizadas y reclutadas para servir a este proyecto, marcaron el final de la Segunda Guerra Mundial como un punto de inflexión en su curso ascendente.
Por lo tanto, la élite gobernante en Washington está profundamente preocupada por el movimiento estudiantil universitario porque amenaza la inversión histórica y masiva mantenida durante décadas.
El gobierno pareció perder el control de las universidades cuando los estudiantes salieron a las calles para gritar por Palestina y condenar a “Israel” sin vacilar.
Después de todos los intentos y esfuerzos realizados por los medios de comunicación estadounidenses y occidentales en general desde el pasado 7 de octubre para consolidar la condena de Hamas por parte de la opinión pública, las cosas parecían haber cambiado de forma drástica.
Las manifestaciones masivas salieron a las calles con consignas solidarias con Palestina, la más destacada de las cuales fue la “Del mar al río” y golpeó fuerte a todo el sistema de países occidentales los cuales trabajan para fabricar la imagen de “Israel” como un Estado oprimido y portador de los valores estadounidenses en el desierto árabe y el Medio Oriente.
La participación de un gran número de estadounidenses y judíos en las manifestaciones fue una de las sorpresas, pero romper el miedo de los estudiantes de origen no estadounidense fue igual de peligroso desde el punto de vista de la élite gobernante.
El proyecto estadounidense no solo tiene como objetivo a los estudiantes estadounidenses. Los supervisores del proyecto dan gran importancia a los extranjeros.
La función y el papel requeridos de estos no son menos importantes ni sensibles.
Son socios fundamentales en la implantación de valores y el servicio de políticas, y dentro de las universidades estadounidenses los prepara para asumir posiciones clave en sus países, ya sean clasificados como amigos o como hostiles a Washington.
Saunders habla en su libro sobre cómo la CIA financió y supervisó un programa masivo de becas universitarias para estudiantes europeos en el contexto de impulsar la idea de asociación transatlántica de acuerdo con los intereses estratégicos estadounidenses, y en el contexto de destruir la falacia de la unificación de Europa en torno a principios internos.
Conforme a la autora, ese proyecto fue realizado en el contexto del establecimiento de una OTAN cultural en paralelo con la alianza militar.
En cuanto a los esfuerzos realizados con los países clasificados por los estadounidenses como hostiles, puede mencionarse una de las experiencias ejemplar y pionera en este contexto: Los Niños de Chicago.
La autora Naomi Klein recuerda en su libro “La doctrina del shock” como Estados Unidos hizo grandes esfuerzos para erradicar el pensamiento desarrollista de los programas gubernamentales de los países de América Latina.
Ese enfoque y la economía nacional fueron una fuente de preocupación para el Departamento de Estado.
El sueño de la independencia económica adoptado por algunos gobiernos de América Latina fue tratado como una amenaza para las políticas estadounidenses, lo cual condujo al director de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional en Chile, más tarde convertida en la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), Alan Paterson, a decir: “Lo que necesitamos es cambiar la composición del ser humano para influir”.
Una vez más, las universidades fueron los lugares en los cuales los estadounidenses confiaron en su capacidad para lograr este objetivo.
De hecho, fue lanzado un proyecto para otorgar becas a estudiantes chilenos para estudiar ciencias económicas en la Universidad de Chicago, donde los profesores pusieron su empeño en desmantelar por completo los gobiernos en los países objetivo.
En un solo década, la Universidad de Chicago pasó a ser el principal destino para los latinoamericanos con deseos de estudiar economía fuera de sus países, y ese hecho estaba destinado a “cambiar el curso de la historia en la región en los años siguientes”, según Klein.
El objetivo del “Proyecto Chile” era producir guerreros ideológicos para ganar la batalla intelectual contra los economistas socialistas moderados.
Estos luchadores, conocidos como “Los Niños de Chicago”, asumieron la implementación del aspecto económico del golpe militar, organizado por la agencia de inteligencia estadounidense y ejecutado por el general Pinochet.
La Fundación Ford y la USAID financiaron ese proyecto, cuya finalidad era convertir a los estudiantes chilenos y sus colegas de otros países de América Latina en embajadores de las ideas neoliberales.
Estas ideas no fueron limitadas a conceptos y políticas económicas.
Eran parte de un sistema integral que las universidades estadounidenses trabajaron para cristalizar desde diversos ángulos y en varios niveles.
En su libro “El sistema de la tontería”, Alan Donno señala una función adicional para las universidades occidentales: agilizar el conocimiento académico.
Por lo tanto, el trabajo en la universidad fue reducido a comprender la tontería y convertir las instituciones académicas de productoras de conocimiento en comerciantes de conocimiento.
El autor habla del papel de las universidades occidentales en aplanar el conocimiento en lugar de expandirlo, pero lo predominante en las universidades es el discurso del “juego”, conjunto de reglas y procedimientos no escritos a seguir en las universidades para que el estudiante o el profesor puedan lograr sus objetivos.
De acuerdo con Donno, esto no es obligatorio, pero la falta de lealtad es castigada con la muerte, ya sea de manera simbólica o con balas reales, las reglas no escritas son aplicadas por una autoridad despiadada.
Los estudiantes levantados hoy por Palestina contribuyen a poner fin a este juego al desafiar sus reglas, creadores y directores. Por eso el poder recurre a dispararles tanto moral como físicamente.
Por lo tanto, es entendible el alcance del peligro experimentado por los tomadores de decisiones y los miembros de “la institución” en Estados Unidos.
Las continuas manifestaciones estudiantiles en las principales universidades estadounidenses pueden contribuir de manera efectiva a encontrar un camino, en el otro extremo de lo prevalecido desde el verano de 1947 en la Universidad de Harvard, y cortar el camino para los intentos estadounidenses de generalizar la experiencia de “Los Niños de Chicago” en todo el mundo, y lo más importante, ayudar a derribar la máscara de hipocresía y engaño del rostro de Estados Unidos.
Fuente: Al-Mayadeen