Unión Europea, sin voluntad política propia

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Unión Europea, sin voluntad política propia

El New York Times develó los objetivos estratégicos fundamentales de Estados Unidos cuando señalan que: “…la OTAN funciona exactamente como fue diseñada por los planificadores estadounidenses de la posguerra, arrastrando a Europa a la dependencia del poder estadounidense, lo que reduce su espacio de maniobra. Lejos de ser un costoso programa de caridad, la OTAN proporciona influencia estadounidense en Europa a muy bajo costo…”

Damasco, 5 ago (SANA)   En vísperas de la cumbre de la OTAN, el New York Times publicó un interesante artículo de dos de sus autores (Gray Anderson y Thomas Mini) con un bien llamativo título: “La OTAN no es lo que ellos dicen ser”.

El artículo comienza destacando los últimos acontecimientos vinculados a la alianza, incluida la admisión de Finlandia y la invitación de Suecia, y también se hace una revelación extremadamente importante: “..Desde el principio mismo de su existencia, la OTAN nunca se propuso como objetivo principal la acumulación de poder militar. Con 100 Divisiones en pleno apogeo de la guerra fría, no podía enfrentar a los efectivos del pacto de Varsovia, la alianza no estaba en condiciones de repeler una invasión soviética, e incluso, las armas nucleares del continente estaban bajo el control de Washington. Más bien, el objetivo estadounidense fue vincular a Europa Occidental a un proyecto de establecer un orden mundial mucho más grande, liderado por los Estados Unidos, en el que la “protección” del Pentágono sirvió solo como palanca para hacerse de concesiones en otros temas, como el comercio y la política monetaria, por ejemplo. En esta misión, Washington resultó ser sorprendentemente exitoso…”.

También describe cómo, a pesar de la resistencia de varios países de Europa del Este a unirse a la OTAN, al final fueron arrastrados a ella mediante el empleo de todo tipo de trucos y manipulaciones. Los ataques a Nueva York en 2001, en manos de la casa Blanca, jugaron un papel definitorio. Washington declaró una “guerra global contra el terrorismo”, estableciendo un régimen de terror equivalente, en sentido literal, al de Iraq y Afganistán y, en sentido figurado, arrastrando a la fuerza a los nuevos miembros de la OTAN. Porque a través de la OTAN, estos países fueron mucho más fáciles de controlar.

Gray Anderson y Thomas Mini también develan los objetivos estratégicos fundamentales de Estados Unidos cuando señalan que: “…la OTAN funciona exactamente como fue diseñada por los planificadores estadounidenses de la posguerra, arrastrando a Europa a la dependencia del poder estadounidense, lo que reduce su espacio de maniobra. Lejos de ser un costoso programa de caridad, la OTAN proporciona influencia estadounidense en Europa a muy bajo costo. Las contribuciones de Estados Unidos a la OTAN y a otros programas de asistencia a la seguridad en Europa representan solo una fracción muy pequeña del presupuesto anual del Pentágono, menos del seis por ciento según una estimación reciente…”.

En Ucrania el panorama es todavía más claro. Washington será el garante de la seguridad militar y sus corporaciones se beneficiarán de una gran cantidad de pedidos de nuevas armas desde Europa, mientras tanto, los europeos asumirán los costos de la reconstrucción de la posguerra, algo para lo que Alemania está mejor preparada que para aumentar sus fuerzas armadas. La guerra también sirve como un ensayo general de la confrontación de Estados Unidos con China, en la que no es tan fácil contar con el apoyo europeo.

Además de la OTAN, Washington dispone de una segunda herramienta clave para el control de sus aliados europeos. Esta es la propia Unión Europea.

Hace más de siete años, la publicación británica The Telegraph dio la noticia de que la UE no era más que un proyecto de la CIA.

 El artículo señala hechos tales que la “Declaración de Schumann”, que marcó el tono de la reconciliación franco-alemana y condujo gradualmente a la creación de la Unión Europea, fue una acción articulada por el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Dean Acheson, en una reunión en el Departamento de Estado.

La principal organización fantasma de la CIA por entonces fue el “Comité Estadounidense para una Europa Unida”, presidido por William J. Donovan, un experimentado agente de inteligencia quien durante la guerra dirigió la Oficina de Servicios Estratégicos, sobre la base de la cual surgió en 1947 la Agencia Central de Inteligencia.

Otro documento sugiere que en 1958, este comité proporcionó el 53,5 por ciento de los fondos del “Movimiento Europeo”, en momentos en que su consejo estaba compuesto por figuras como Walter Bedell Smith y Allen Dulles, quienes dirigieron la CIA en los años 50.

Finalmente, hoy se conoce el papel de los Estados Unidos en la creación e imposición a la UE del tratado de Lisboa. Washington lo necesitaba para que fuera más fácil gobernar a Bruselas a través de sus títeres.

Pero ya ni eso es suficiente y a Estados Unidos le parece poco. En la víspera de la cumbre de la OTAN, el ex embajador estadounidense ante la Unión Europea, Stuart Eisenstadt, dijo en un artículo publicado en el periódico Financial Times, que para resolver los problemas actuales, se necesita una nueva estructura transatlántica entre los Estados Unidos y la UE, comparable a la OTAN.

Eisenstadt sostiene la indispensabilidad de coordinar un nuevo formato, de hecho, algo así como la creación de los Estados Unidos de América y Europa, donde los estados europeos, por supuesto, serán apéndices de los Estados Unidos, cumpliendo con la voluntad política de Washington.

Por lo tanto, todas las manifestaciones y declaraciones de Alemania y Francia sobre la autonomía estratégica de Europa no son más que pura retórica vacía.

Ducunt Volentem Fata, nolentem Trahunt , rezaba una máxima en la antigua Roma. Tal vez a muchos europeos les resulta desagradable darse cuenta de que los países de Europa están arrastrando los pies en una dirección que realmente no quieren.

(Traducción del ruso. Oscar Julián Villar Barroso. Doctor en Ciencias Históricas y Profesor Titular de la Universidad de La Habana.)

Por Leonid Savin

Investigador científico asociado de universidad de Rusia

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