El punto muerto se rompió aquí por las múltiples comunicaciones de varias capitales que llegaron a las puertas del palacio presidencial en Damasco, que dio lugar a lo que podría denominarse el “gran punto de inflexión”, en especial en la reanudación de las relaciones de Siria con otros países árabes tras el conflicto.
Damasco, 23 mar (SANA) La guerra planificada previamente en Siria ha durado doce años y aún continúa, aunque ya a otro nivel. Es bien sabido que esta guerra no se limita a los campos de batalla, sino que adopta diversas formas económicas, sociales y políticas, en un intento por agotar el gobierno del presidente Bashar Al-Assad.
Sin embargo, todos estos esfuerzos han resultado inútiles.
El túnel sombrío
El arresto de dos hombres en Daraa en marzo de 2011 y el eventual estallido de manifestaciones esporádicas en varias regiones, conformaron el lanzamiento en toda regla de un escenario sangriento o incluso de una guerra global que pareció haber sido planificada previamente.
Eso fue en un momento en que toda la región estaba experimentando “revoluciones” denominadas como la “primavera árabe”, que concluyó en fracaso en todos los países donde tuvo lugar.
Ha quedado claro que todos los intentos y planes contra los paísers de la región, incluida la normalización de los lazos con el enemigo sionista, el sometimiento de todos los movimientos de resistencia y la compensación por la derrota en Iraq, pasaban por Siria.
Poco después, las potencias occidentales, encabezadas por EEUU, se unieron a algunos países árabes para lanzar lemas como “la libertad del pueblo sirio” y “los derechos humanos en Siria”.
Tales movimientos tenían como objetivo derrocar la legitimidad del gobierno sirio, olvidando a los cientos de miles de sirios que se manifestaron en apoyo del presidente Al-Assad.
En junio de 2012, las potencias occidentales y algunos otros países se reunieron en Ginebra para declarar “la necesidad de una transición política”.
Esta declaración fue solo un pretexto para provocar un gran enfrentamiento militar, lo que resultó en la formación de organizaciones como el “Ejército Sirio Libre” (ESL) y el “Yaish al-Islam” (Ejército del Islam).
Estas organizaciones comprendían tanto a los sirios como a un número significativo de mercenarios de otros países árabes y occidentales, todos con antecedentes y agendas diversos, que acudieron en masa para atacar Damasco.
Entonces, Siria entró en un túnel oscuro: la unidad y la soberanía del país se hicieron añicos, con casi todas las áreas divididas en facciones a favor y en contra del gobierno.
La aparición de facciones takfiríes como “Yabhat Al-Nusra” y “Ahrar Al-Sham” en el campo de batalla aumentó las tensiones.
Luego, en enero de 2014, el grupo terrorista Daesh tomó el control de Raqqa y se dispuso a gobernar vastas áreas de Siria e Iraq. Con el respaldo de los gobiernos regionales y occidentales, estas organizaciones han cometido los actos terroristas más atroces contra el pueblo sirio, además de saquear riquezas y destruir sistemáticamente la infraestructura del país.
Además del conflicto militar, se intensificaron los feroces campañas mediáticas que se basaban en ataques químicos de falsa bandera en un intento por difamar al gobierno sirio y hacer caso omiso de los crímenes cometidos por las llamadas “facciones de oposición”.
Siria lucha con valentía
En medio de esta realidad, el Estado sirio y su Ejército se mantuvieron firmes para proteger el sistema de gobierno y fortalecer Damasco, que se había convertido en un objetivo para los terroristas.
La caída de la capital habría asestado un tremendo golpe al Estado sirio.
En septiembre de 2014, EEUU se involucró directamente en la lucha, organizando una coalición y ayudando a las facciones kurdas con el pretexto de erradicar al Daesh en el norte de Siria.
Más tarde, en 2015, y a petición del gobierno sirio, Rusia se unió a la guerra en un intento por ayudar a Damasco en las operaciones antiterroristas.
Este fue un punto de inflexión crucial en la guerra, junto con los roles clave de Irán y Hezbolá en el campo de batalla y las victorias en más de una batalla estratégica, como las de Al-Qusair y Alepo.
Tal punto de inflexión se reflejó en el control de Damasco de amplias franjas del territorio sirio, así como en mantener la amenaza del terrorismo lejos de la capital y Alepo.
Asimismo, impidió que Turquía, que ayudó a los grupos armados, alcanzara su objetivo de dominar esa región.
Finalmente, logró derrotar al Daesh en las batallas sirias de Badiya.
En el momento en que se desarrollaban los desarrollos militares en Siria, estaba surgiendo un curso político.
Por lo tanto, cuando Rusia, Irán y el Ejército sirio impusieron un nuevo estatus quo en el campo de batalla, se establecieron las “Conversaciones de Astana”.
El proceso de paz se produjo después de que Occidente y la ONU no lograran avances sustantivos en las negociaciones entre el gobierno y la llamada oposición, que permaneció dividida y se retiró del campo de batalla en favor de las organizaciones terroristas.
Temerosa de la presencia kurda en el norte de Siria, Turquía se unió, posteriormente, a las conversaciones de Astana como estado garante.
Este proceso político, que culminó en varias rondas, concluyó en un acuerdo, negociado principalmente por los rusos y los turcos en septiembre de 2018.
El acuerdo involucró a Idleb y el noroeste, que ha estado en una parte bajo control terrorista, y resultó en el cese de los combates en ese frente.
Perspectivas de Siria en 2020
En vísperas de 2020, el Estado sirio tomo el control, como no lo había hecho durante los últimos nueve años, de prácticamente la totalidad del país, excepto en parte del noroeste, bajo el control de los terroristas, y en el noreste, donde el conflicto creó una especie de estatus quo representado por la presencia limitada de las fuerzas estadounidenses a través de varias bases militares.
Esas bases fueron luego utilizadas como trampolín para robar petróleo y trigo. Además, hubo una presencia turca limitada en el área con el pretexto de contrarrestar la llamada expansión kurda.
Por otro lado, el enemigo israelí no encontró medios para expresar su preocupación por el fracaso de sus aliados y la victoria de sus enemigos. A continuación, ocasionalmente ha estado violando el espacio aéreo de Siria y lanzando ataques.
A pesar de este escenario en el norte del país, casi 12 años de guerra no afectaron a la identidad árabe de Siria, y la idea de su federalización había quedado enterrada.
Esta guerra ha resultado en la creación de un poderoso “Eje de Resistencia” que se extiende desde Irán a través de Iraq a Siria, y luego al Líbano y Palestina.
En consecuencia, Washington desató una guerra económica a través de las sanciones de la “Ley César” para perjudicar a los sirios, que apoyaban a su gobierno.
A mediados de 2020, la pandemia del coronavirus se extendió por todo el mundo y provocó un punto muerto en las negociaciones sobre Siria.
Sin embargo, las sanciones siguieron siendo la característica más destacada de un nuevo tipo de agresión contra los sirios.
Luego, en 2022, cuando la pandemia disminuyó, comenzó la guerra entre Rusia y Occidente en Ucrania, proyectando una sombra en todo el mundo.
El punto muerto se rompió aquí por las múltiples comunicaciones de varias capitales que llegaron a las puertas del palacio presidencial en Damasco, que dio lugar a lo que podría denominarse el “gran punto de inflexión”, en especial en la reanudación de las relaciones de Siria con otros países árabes tras el conflicto.
Por Somaya Ali
Fuente: Al Manar