Damasco, SANA
Pongamos las cosas en su lugar: Siria es un país independiente y soberano, con un gobierno elegido democráticamente, cuyo programa se ha encaminado al desarrollo y a los beneficios sociales para su población.
De igual forma es parte de su condición de nación soberana el derecho a firmar convenios militares con quien así lo estime. En este caso, es totalmente legítimo que haya solicitado colaboración militar a Rusia e Irán para defender al país contra el terrorismo de los grupos internos y contra las acciones foráneas encaminadas a desestabilizar la nación árabe.
Dificultades ha tenido y, como en todos los países con diversas corrientes religiosas, muchos han sido y aún son los contratiempos a la hora de armonizar su andar en medio de una región asediada por una potencia extranjera interesada en sus recursos energéticos.
En tal contexto, vale destacar que el gobierno del presidente Bashar al-Assad ha logrado significativos avances económicos y sociales a favor de los sectores más desposeídos.
Pero Siria se fue convirtiendo en una piedra en el zapato para la política de Estados Unidos en la región del Oriente Medio y el afán imperial por apoderarse de sus recursos, al igual que lo ha hecho con Irak y Libia.
Un grupo terrorista con el nombre de Estado Islámico (EI), que muchos especialistas consideran salido de los laboratorios de subversión concebidos por la CIA estadounidense, apareció en la región hace algo más de una década y muy pronto se expandió como yerba mala, con una matriz del más despiadado terrorismo.
Junto al EI, un grupo abiertamente apoyado por Estados Unidos, el Frente Al Nusra, descendiente de la tenebrosa Al Qaeda, se estableció en suelo sirio, poniendo en jaque su sistema de defensa que, además, sufría y sigue sufriendo por años la agresión directa de Israel que tiene ocupada una parte de las Alturas de Golán sirio.
Se cumplen nueve años este mes de marzo de la guerra de agresión desatada contra el país. Cifras alarmantes, como la de más de 250 000 muertos y superior cantidad de heridos, así como el obligado desplazamiento y migración de millones de sus hijos que huyen de la guerra y la destrucción total o parcial de ciudades, industrias, templos patrimonio de la humanidad, y otras muchas instalaciones, constituyen heridas abiertas muy difíciles de sanar.
EL PELIGRO SE EXTIENDE
Desde el 2015, el Ejército Popular Sirio, con la activa participación de la fuerza aeroespacial rusa y asesores iraníes, había derrotado casi en un 90 % del territorio a los grupos terroristas, mientras el Gobierno exigía el retiro de los militares estadounidenses que ocuparon ilegalmente una parte del país con el supuesto de luchar contra el terrorismo.
Los bombardeos a zonas donde operaba el ejército sirio, la muerte de muchos de sus combatientes y, por añadidura, la masacre de cientos de civiles, incluyendo niños, con los acostumbrados «daños colaterales» causados por sus bombas, han sido parte de esta realidad.
Ya casi derrotado el actuar de los terroristas, los del Frente Al Nusra, apoyados por Washington, se fueron concentrando en zonas cercanas a la frontera turca, en la región de Idlib, donde además está la presencia de grupos kurdos.
En días recientes, el 12 de febrero, fuerzas militares estadounidenses abrieron fuego contra residentes locales que se congregaron junto a un puesto de control del Ejército sirio, al este de la localidad de Qamishli (Hasakeh, Siria), para bloquear el paso a varios vehículos militares de EE.UU.
En cuanto a la presencia de uniformados turcos en suelo sirio, el Gobierno de Damasco la ha caracterizado como «una violación de la soberanía de su territorio».
En los últimos días han cruzado la frontera más de un millar de transportes militares y 5 000 soldados turcos. Fuentes sirias acusan a la artillería de Turquía de haber prestado apoyo a «los grupos armados terroristas» que combaten en Idlib.
Como vemos, la actual guerra impuesta contra Siria puede alcanzar una nueva dimensión donde se vean involucrados, además de los actores internos, otros externos, incluyendo a Turquía en la zona fronteriza de Idleb.
Es muy posible que Trump, en este caso, esté jugando a involucrar a otros en una guerra que tiene perdida, y así poder disfrutar de su anhelado petróleo sin tener que someter a sus fuerzas al peligro de la confrontación.
No por gusto el mandatario estadounidense, en una entrevista a Fox News, hizo énfasis una vez más en la política de su administración de «tomar» el petróleo de Siria.
Por Elson Concepción Pérez
Fuente: el Granma